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Recuerdos de El Valdío

412 hectáreas de las que antiguamente se obtenían ingresos de la madera para construir traviesas para el ferrocarril y leña para socios y para el carbón. Allí pastaban cabras, cerdos, caballos, mulos, vacas.

El Valdío es uno de los pulmones verdes de nuestra comarca, contribuye a que respiremos aire puro y ayuda en la lucha contra el cambio climático, que tanto riesgo representa también para las zonas rurales y agrícolas. El agua que se embalsa en sus tierras se cede para la agricultura a través de acuerdos con la Comunidad de Regantes.

Desde sus orígenes, el Valdío ha aportado recursos a la economía de las familias. En aquellos tiempos, muy diferentes a los actuales, con otros problemas y necesidades, el monte comunal ofrecía pastos y alimentos al ganado, así como madera y leña para la venta.

En otro apartado de esta página web, en la presentación, se explica el origen y cómo se compraron las fincas que conforman este espacio natural, que pronto se llenó de vida, de actividad y de anécdotas. Esos campos guardan la memoria de nuestros abuelos, bisabuelas, tatarabuelas. Esta página quiere ser un archivo de recuerdos particulares y colectivos donde cada quien deposite aquellos relatos de sus antiguos, las peripecias que se contaban en las cocinas sobre el Valdío, los recursos que proporcionaba, las actividades que allí se desarrollaban. Ayúdanos a completarla aportando lo que falta, mejorándola con detalles, con historias, con anécdotas.

Pregunta a tus abuelos y abuelas. Acércate a la historia del monte a través de ellos, de sus vivencias y conozcámonos todos, monte y familias, un poquito mejor.

EL ROBLE

El roble era el protagonista, el gran protagonista.

Usando hachas y serruchos se efectuaban las cortas, seleccionando los robles de más volumen. Estos eran los árboles maderables y se vendían para fabricar traviesas para el ferrocarril, muy demandadas.

Con el ramaje de esos robles se alimentaban las carboneras. Los troncos debían tener un buen grosor, unos 25 o 30 centímetros al menos. En un llano del bosque se colocaban cuidadosamente esos troncos, en posición inclinada y toda esa estructura se cubría con tierra. Los carboneros conocían bien la técnica, pero, aun así, los accidentes no eran pocos.

La venta de la leña proporcionaba algunos ingresos, y también alimentaba las chimeneas de las casas, a cada quien en función del número de onzas que poseía.

Las serojas se convertían en picón. Todas las familias lo necesitaban para calentarse en invierno alrededor del brasero. Ya no echamos de menos esa fuente de calor, pero cuando éramos pequeños, ¿quién no ha sentido ese placer cuando te llegaba el calorcete al remover el picón del brasero con la badila o la alambrera?

¿Conoces a alguna persona que se dedicara a hacer el carbón o el picón? Pregúntale por sus recuerdos, cuánto se pagaba por la madera para poder hacerlo, a cuánto lo vendían luego, qué técnicas usaban, si tiene alguna anécdota que le gustaría compartir con nosotros.

Del roble, como del cerdo, se aprovechaba todo. También se iba “a la casca”, es decir, a recoger la corteza de robles, esta vez robles jóvenes, para trabajar en el curtido de las pieles.

¿Quién podría darnos más información sobre esta antigua actividad?

Pero a quién más le gustaban los robles era al ganado, que gustoso comía sus bellotas y sus serojas tiernas, y buscaba la sombra bajo sus copas.

EL CASTAÑO

Apenas había, pero no dejaba de encontrarse alguno. Aún podemos apreciar cuando paseamos por el monte algún ejemplar centenario, que nos cautiva con sus inmensos troncos y ramas retorcidos.

La mayoría eran reboldos, no injertos. Si alguien quería castañas pasaba y las recogía, y si no, ahí quedaban para los animales.

LA CABRA

La otra gran protagonista del Valdío junto con el roble, ha sido la cabra.

Por las mañanas los hatajos de cabras salían para el monte, unos rebaños subían por el coto, otros por el risco… Cada cabrero acompañando y guiando las suyas. El uso del monte por el ganado, ya fueran cabras u otros, se pagaba por cabeza de animal.

También había un cabrero que acompañaba a las cabras de los demás. ¿Quién no recuerda a las “cabras caseras”? Por las mañanas pasaba tocando la trompeta y cada familia sabía que ya podía subir su cabra o sus cabras al llano, en la parte alta del pueblo. Allí se formaba la piara y el cabrero partía con ellas. A la vuelta, cada cabra regresaba sola a su casa, con la motivación golosa de que al llegar se le daría un poquillo de pienso. Esta voluntaria recogida a veces fallaba, sobre todo en primavera cuando el monte ofrecía mucho alimento y las cabras regresaban ya tupidas, teniendo a veces que ir a buscar a las remolonas sin ganas de volver a casa.

Al pastor de las cabras caseras se le pagaba una cantidad pequeña por su servicio, y también se le daba la comida. Una cabra, un día de comida; tres cabras, tres días de sustento.

Con las cagarrutas y las hojas de los robles los agricultores hacían abono para las fincas de cultivo.

CERDOS, VACAS, CABALLOS, MULOS, BURROS

Similar al pastoreo de las cabras caseras se hacía con los cerdos, pero es más desconocido porque esta actividad terminó antes.

También motivada por la escasez de alimentos, había que complementar la dieta con lo que ofrecía el monte. Así, por las mañanas, un porquero recogía unos veinte o treinta cerdos del pueblo y se los llevaba a pastar, normalmente a la zona de las Viruelas, para regresarlos también por las tardes. Golosos igual que las cabras, no tardaban en correr cada uno a sus cuadras donde les esperaba la chuchería en forma de pienso.

Si los cerdos no iban bien anillados, surgían conflictos con los vaqueros, quejosos de que hozaban los pastos. Porque, aunque en menor cantidad, también había vacas.

Abundaban los mulos y los burros. Y algún caballo. Este ganado, junto con las vacas, pasaba en el Valdío la época de la primavera, alejados de los prados donde se dejaba crecer el pasto que luego se segaría en verano.

DOS ROBLES CENTENARIOS

Nos salimos tan solo un momento del Valdío, para hacer un homenaje a dos robles que no pertenecían a este monte, pero también estaban en el término de Barrado. Uno, el más famoso, el Roble Grande de la Solana, árbol singular de Extremadura. El otro, majestuoso también, estaba en proceso de declaración de singularidad.

Dos robles centenarios que hasta el año 2015 seguían dando cobijo a los animalillos del campo con la impresionante envergadura de sus ramas y follaje; y en la época de nuestros abuelos, buscaban la sombra los rebaños de cabras y ovejas. Dos robles que seguían fascinando a grandes y pequeños con sus gigantescas medidas. ¿Quién no ha estirado sus brazos más de una vez, jugando al imposible de abarcar sus troncos?

En la primavera del 2016 ya no brotaron. Alguien no fue capaz de ver la belleza y el valor que representaban estos árboles que acompañaron a nuestros abuelos, a nuestros padres, y nos acompañaban ahora a nosotros y a nuestros niños y niñas, dándonos el privilegio de contemplarlos y de sentir, a través de su piel rugosa, toda la potencia y fuerza de los siglos que sostenían.

Ya no viven, pero su belleza se quedó grabada para siempre en nuestro recuerdo.