Este verano de 2021 hemos colaborado con la semana cultural de Barrado. El 11 de agosto organizamos una preciosa ruta por parajes del Valdío, con la fresca. Y para llegar a tiempo de escuchar una tertulia sobre los trabajos, los oficios, que antiguamente ofrecía el monte, tan indispensable para las economías y sustentos familiares.
Contamos con Eduardo García, Rocío Muñoz y Rufo Sánchez como tertulianos, para que compartieran sus vivencias, sus recuerdos.
Eduardo ya guardaba cabras con 8 años. Por las mañanas bien temprano salían los cabreros al monte, muchos eran chiquillos como Eduardo, con su hatajo de 20 o 30 cabras, a buscar los pastos, las serojas de los robles, las gamonitas, tomillos, orégano... ¡Así estaban de ricos los quesos! Si llovía o hacía frío, se ponían encima su manta de lana y andando. Había mañanas que había que ponérsela húmeda o mojada aún, porque ni había dado tiempo a que se secara.
Rocío nos contó las experiencias de su hermano Ángel, que comenzó a trabajar de porquero también siendo niño, ganándose unas monedas llevando a pastar los cerdos de los vecinos del pueblo que se lo encargaran. Cuando llegaba del colegio, su madre le avisaba cuando su hermano había juntado una buena piara para que fuera a echarle una mano para regresar al pueblo.
A Rufo también le tocó llevar cabras y cochinos a pastar al monte. Pero en cuanto pudo ceder el testigo a sus hermanos menores, comenzó a trabajar la leña y la madera, más rentable.
Los tres nos relataron cómo eran sus días, sus anécdotas. Entre el público también hubo participación. Daría Llorente recuerda que las vacas eran retenidas cuando cruzaban las lindes, sobre todo de Piornal y algo también de Arroyomolinos, y que había que pagar para que las devolvieran. Emilio Paniagua recuerda que cuando era niño, y los cabreros de las “cabras caseras” iban a las casas de las familias a recibir la cena que le correspondiera, se quedaban embobados escuchándoles relatar sus historias con los lobos. A estos cabreros, además de la paga que recibían por cada animal que cuidaban, si la familia tenía una cabra, le correspondía también la comida del día, si había dos cabras, dos días de comida… Más adelante ya no comían en las casas de los vecinos, pero se les seguía dando “la merienda” de cada día. Y en los últimos tiempos hasta que desapareció este oficio en el pueblo, ya solo se les abonaba la paga. Fausto compartió oficio de leñador con Rufo, pero también conoció la profesión de porquero por su hermano Zósimo, que trabajó de ello. Fausto recuerda que el guarda Angelillo “tan pronto le veías en una punta del monte, que al momento estaba en la otra. Era sordo, pero cuando veía algo raro, ¡volaba!”. Y nos contó que una vez los soldados que estuvieron acampados en el monte, le salvaron en un incendio.
Finalmente enviamos un abrazo a la familia de Remedios Núñez, fallecida unos días antes, y que iba a participar en la tertulia, ya que había trabajado de niña también en este monte y en otros, allá donde a su padre carbonero, le salieran las carboneras. Le tocaba ayudar a su padre, tamizar el carbón, lavar y restregar las negras ropas...
En las fotografías podéis ver una manta de cabrero, y serruchos, hachas y cadenas, utensilios que utilizaron los leñadores años atrás. Muchas gracias a quienes nos las prestaron para la exposición que acompañó a la tertulia.
Una ruta que deleitó los sentidos y una tertulia que nos trasladó al pasado. Nuestro agradecimiento para todas las personas que han participado en ambas actividades. ¡Os esperamos en las siguientes!